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Por orden del emperador Augusto XXX queda completamente prohibida la palabra amor.
Así empezaron las cuatro semanas más intensas de nuestro país. Nadie lo podía creer. Al principio, todos pensamos que era una broma de mal gusto, nadie le hacía caso, cuándo alguien mencionaba el tema todos nos limitábamos a mover los hombros y decir: “Bah, ya va a pasar, vas a ver que no es algo serio” pero poco a poco, nos empezamos a preocupar. La cosa parecía ser cada vez más grave. Los rumores llegaban de todos lados: qué a tal lo habían agarrado por transgredir la norma, qué aquel se tuvo que escapar por haber cometido el delito, que al hermano de un amigo lo habían apaleado por rebelde… En fin, todos empezamos a caer en la cuenta de que esto no era un chiste. No, no… la ley 1.234 estaba completamente vigente. Y entonces empezaron los escándalos, se armó revuelo en la ciudad: que no podía ser, que esto era una locura, que el estado se había pasado… Había de todo, desde músicos nostálgicos que le componían odas a nuestra palabra perdida, a artistas rebeldes que se amotinaron en la casa gubernamental. Los poetas eran los más reaccionarios, todos salieron inmediatamente, totalmente escandalizado por el hecho. Hicieron todo lo posible, desde discusiones formales, mitines a escondidas, cartas judiciales… pero nada funcionaba. Daba pena verlos tan esforzados, tan desesperados por recuperar una palabra tan humana, tan nuestra. Pero el gobierno no cedía. Estaba completamente convencido. Que la ley se cumplía, que al que no le gustase, se podía ir del país, que las cosas eran así, y que era totalmente constitucional. La ley había sido aprobada por las cámaras, y se había discutido mucho acerca del tema antes de llegar a una resolución. Estaban firmes, la palabra estaba prohibida y tenían buenos fundamentos para creer que la medida sería muy constructiva para el país entero. El argumento más fuerte era el económico, la gente empezó a tomar partido, algunos se pusieron de parte del gobierno, otros estaban completamente enfurecidos. Era curioso ver las distintas actitudes. Los artistas por supuesto al principio estaban completamente disgustados, les parecía una aberración, inhumano. No se podía vivir sin hablar del… simplemente no se podía. Pero el gobierno era hábil, sus argumentos eran fuertes. En efecto, la ley había sido meditada previamente. Que para qué necesitan los artistas utilizar esa palabra si justamente el arte consistía en transmitir ideas sin utilizar palabras. Y quedaron contentos, les gustó la propuesta. El gobierno se los metió en el bolsillo. Los pintores fueron los primeros, los escultores los siguieron. Se convirtió en todo un desafío, cómo expresar esa realidad, sin usar una palabra.
Con los músicos y los poetas fue más difícil. Ellos trabajaban con palabras constantemente y no veían la posibilidad de hablar del… sin mencionarlo. Pero el gobierno lo mismo… Había que ver al presidente de economía (pues había sido el quien propuso la ley) hablando y argumentando a favor de su sanción. Su tesis era la siguiente: La palabra prohibida estaba completamente devaluada. Sí, decía. Lo que oyen. La palabra que prohíbe la ley 1.234 está devaluada, no vale nada. Hemos hecho análisis exhaustivos y llegamos a la conclusión de que este país necesita una economía de las palabras. Hemos creado un nuevo departamento: el C.R.P.D (Centro de Regulación de Palabras Devaluadas) para palabras sin valor. El proyecto se viene gestando hace varios años ya, y la primera empresa del departamento es la de recuperar el valor de la palabra 1234 (pues así se la llamaban ahora).
Y entonces aparecía el presidente del nuevo departamento. Un hombre serio de anchos bigotes. Parecía solemne. Uno de esos tipos distantes que solo dicen cosas importantes: “Ejem, Ejem. Sí, el proyecto de ley 1234, es un proyecto muy serio con gran esfuerzo detrás. Un gran conjunto de expertos ha analizado la situación de nuestras palabras y ha comprobado que la palabra 1.234 se haya en un estado crítico. Cómo dijo el presidente de economía, la palabra está devaluada, es decir no tiene ningún valor. Y hemos considerado conveniente prohibir su utilización para realzar su cuantía. Hoy en día la palabra es lo que llamamos en el departamento una palabra comodín, es decir una palabra que se usa para todo pero que no tiene ningún valor en sí misma. Hemos hecho un sondeo de la profundidad del problema y los valores son realmente terroríficos. La ley es por lo tanto absolutamente necesaria y le pedimos a todos los ciudadanos que la acaten. Si no lamentablemente se las verán con la justicia.”
Y los poetas empezaban a dudar pero seguían desesperados: ¿Pero qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a escribir si no podemos usar esa palabra? No se puede, que cómo vamos a hacer para vivir. Cómo estar con la mujer de nuestros sueños si no podemos decirle que la… ¿Qué haremos con los niños cuando a la noche tras el dulce beso de la madre no puedan decir: te…? No se puede, no señor. No se puede vivir sin usar esa palabra, surge de adentro, es ir contra la naturaleza humana, es reprimir un impulso afectivo…
Pero el gobierno no cedía, estos argumentos no los convencían. No negaban lo dicho por los poetas, solo proponían otro modo de expresarlo. Les decían: “justamente, es por eso que promulgamos la ley y que estamos tan seguros de su efectividad. Cómo bien dicen el impulso afectivo es tan innato, está tan adentro nuestro que confiamos en que la restricción del término dará salida a nuevas formas de expresión, innovadoras y vitales. Lo que queremos lograr es encontrar una forma de expresión que no esté devaluada, que no sea comodín, que tenga toda la fuerza de esta realidad. Y por eso apelamos a ustedes. A los poetas les pedimos que nos ayuden en nuestra búsqueda, que se unan en la empresa de revitalizar el término. Sean originales, entusiásmense, inspírense y compongan, compongan obras únicas.”
Y de ese modo caían también los poetas. Al igual que los artistas primero, los poetas se unían a la empresa, a la búsqueda de nuevas formas de expresión. Los poetas se adherían a la campaña. Acataban la ley 1.234, y contribuían a la revalorización del término.
Hubo, astutos. De esos hay en todas partes. Inmediatamente buscaron reemplazar la palabra. Se pusieron de acuerdo, y cambiaron la fonética pero conservaron el sentido. Bueno, decían. No podemos decir la 1.234, de ahora en más en vez de esto diremos: ambor y a la mujer de nuestros sueños les diremos te ambo, te ambaré para siempre. Y estaban satisfechos, tan contentos con su solución. Creían que habían encontrado la manera de evadir al gobierno. Ya está, quedémonos tranquilos. Y se sentían orgullosos de su astucia.
Pero al gobierno no le preocupaba, habían evaluado la situación. Eran concientes del peligro, se había discutido largamente sobre el riesgo del reemplazo de una palabra por otra. Sabían que esa no era la solución, sabían que eso era solo una solución ficticia. No importaba la fonética, importaba el término. Era como cambiarle el color a un billete, este no alteraba su valor en sí. Y para la 1.234 reemplazar la fonética, solo nos daría el mismo término, devaluado y desgastado pero pronunciado de forma diferente.
Pero los estudios indicaban que este grupo de astutos no tenía alcance a gran escala. No había forma de que todo el país se pusiera de acuerdo en reemplazar el término. Estaban seguros, habían utilizado modelos en menor serie y los resultados habían sido muy satisfactorios. La 1.234 no podía ser reemplazada, la gente no utilizaría el nuevo vocablo. No había forma.
El problema grave fue el de la Iglesia. Ese si que fue un lío de aquellos. El gobierno estaba completamente preocupado, sus índices indicaban que era allí donde la 1.234 valía menos. Sus estudios mostraban una superabundancia del término en todas sus formas de expresión: en la liturgia, en las canciones, en los sermones… Era en la Iglesia dónde más se tenía que trabajar, era allí dónde había que poner mayor esfuerzo. Y sorprendentemente, los curas no se opusieron, muchos estaban de acuerdo con el gobierno y estaban muy contentos de que finalmente se hubiesen propuesto rescatar a las palabras. Hubo incluso quienes le ofrecieron ayuda al C.R.P.D, les decían que podían contribuir con las etimologías, que la 1.234 tenía muchas variantes, que no había tan solo un sentido… pero los laicos estaban furiosos, completamente fuera de sí mismos. El gobierno había cruzado los límites y ellos iban a reaccionar. No podían prohibir esa palabra, su vida giraba en torno a esa palabra. Como iban a poder vivir su fe sino transmitían el término 1.234. Toda su vida dependía de esa palabra. La utilizaban en todos lados, en los guiones, en las comidas, en las reuniones. Después de cada discusión hablaban del… al prójimo, del… de Dios. No podía ser. Ellos vivían de esa palabra, y no iban a permitir que se la quitasen.
Pero el gobierno era durísimo, fue contra los laicos contra quienes tomó mayores medidas. Justamente eran los laicos los que más habían devaluado la palabra, la habían comodinizado completamente. Los dos presidentes detrás del proyecto, el de economía y el del nuevo departamento, no se guardaron nada. Hicieron sus críticas y esperaron respuestas: “¡Los laicos!, los laicos son quienes más han perdido el sentido del término, los estudios han demostrado que la situación crítica de la 1.234 se debe principalmente a ellos y estamos dispuestos a tomar las medidas necesarias para que esto se acabe. Paradójicamente son los laicos quienes más utilizan el término y son ellos quienes menos entienden de lo que hablan. Basta que se acerquen a ver los datos, estos están todos prolijamente publicados en la página oficial, y no tendrán más dudas. La 1.234 está casi muerta en sus labios, han abusado tanto del término que este ya no tiene ninguna fuerza. ¡No señor!, vamos a terminar con esto y si no les gusta, que se sometan a la ley que para eso está.” Y a esto no tenían nada que decir. Tan solo podían agachar la cabeza y obedecer lo que la ley mandaba.
Y así poco a poco el gobierno fue logrando que su cumpliera la ley. Poco a poco el proyecto de ley 1.234 fue acatándose en todos lados. Fue un caso famoso, las noticias salieron en todo el mundo, hubo incluso intentos de imitación en otros países. Las potencias aplaudían el intento y pedían consejo para su propio país. Pero el proyecto no había finalizado, hubo contratiempos, hubo dificultades. El problema más grande que tuvo que enfrentar el gobierno fue el de los profesores y el de los maestros. Estos fueron con buena voluntad a plantearle cómo enseñar a los más jóvenes, nociones tan elementales sin utilizar una palabra. Cómo íbamos a enseñar lo que era el patriotismo si no podíamos utilizar la 1.234. El problema, planteaba un profesor, es que las palabras son justamente el medio que tiene el hombre para expresar lo que ha entendido, el medio que tiene para transmitir lo comprendido. Entendemos la medida del gobierno, y la aplaudimos con entusiasmo. Pero nos hemos encontrado con esta dificultad, la de carecer de una palabra que exprese esta realidad tan profunda. Los pueblos más primitivos, son aquellos que no han descubierto esas nociones humanas. Un pueblo que carece de la 1.234 es un pueblo en gran medida precario, con muy poca capacidad de reflexión. Tememos que la medida legislativa termine produciendo este efecto en nosotros, la del olvido del concepto.
Y el gobierno buscó salidas, el C.R.P.D trabajó con muchísimo fervor para encontrar una respuesta, y llegó a la conclusión de que la medida no iba a producir el efecto planteado. No, decían. Ese peligro los tienen los pueblos que no han descubierto estos principios. No es nuestro caso. El problema que nosotros afrontamos es el de poseer el término pero haberlo vaciado de contenido. Además, de todos modos, el proyecto de ley es solo momentáneo, hasta que los valores se estabilicen. Cómo enseñar lo que es el patriotismo: pues siendo patriotas, de esa manera nuestros jóvenes van a aprender. No hacen falta tantas palabras. Después cuando realmente tengan una experiencia viva de lo que es la 1.234, suspenderemos la medida y les diremos. Esto que ustedes viven, esto es realmente el…
Y así fue cómo el proyecto se cumplió. Cuatro semanas se necesitó nada más para que se estabilizaran los valores. Fue una de las ideas más felices de nuestro gobierno, llevadas a cabo con una eficacia y una seriedad admirables. Después de cuatro semanas el gobierno anunció que la ley 1.234 se había suspendido, y publicó en su página Web los resultados de la sanción. El proyecto1.234 había sido todo un éxito. Los artistas habían revitalizado sus pinturas, los poetas habían compuesto obras únicas, totalmente originales. Los jóvenes que carecían de la palabra habían buscado por sus propios medios expresar la realidad que vivían cuando amaban. Y los más sorprendente de todo fue que la palabra no volvió a utilizarse cómo antes. La gente no necesitaba decirla. Los que no amaban porque no tenían que decirlo, y los que amaban porque sin decirlo habían descubierto la forma de demostrarlo. Sabían lo que era el amor, ahora todos lo sabían porque durante cuatro semanas el gobierno los obligó a eliminar de sus cabezas, toda ilusión de lo que esto significaba y porque nos enseñó a ver a los ciudadanos que, el amor no se dice con palabras, y que el que verdaderamente ama, no necesita decirlo para hacérnoslo saber.
Joaquín Migliore.
«La Voluntad de Dios no te llevará donde la Gracia de Dios no te proteja» Padre Kentenich